12 ene 2010

De una niña muy enfermiza

Recuerdo a mi madre agitando las manos. Las llevaba hasta arriba y con rapidez quirúrgica, las sacudía repetidas veces, con movimientos amplios, empapadas de alcohol mientras el pesado olor invadía lento toda la recámara. Ese era el preámbulo. Olía el alcohol: veía ese movimiento y podía tener miedo. Mucho.

Yo, boca abajo, semidesnuda, esperaba. Quería ver cómo entraría la aguja en mi carne. Volteaba. Pero por la postura, mi pierna no puede relajarse y la aguja se tapa. No veo y se tapa. Trato de voltear más, la cadera, el cuello…No, no  puedo ver, siento dolor. Escucho: “- Ay hija, otra vez se tapó la aguja, voy a tener que picarte de nuevo”. (Agggggghghgh)

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